Por Angel Solano
Figura 1
Antonio Rizzo, Personajescallejeros, 2018
Mixta (acrílico y chapopote) / tela
110 x 100 cm
Antonio Rizzo (México, 1970) plantea en su pintura el deseo de deconstrucción, una especie de propensión orgánica sostenida por un vasto bagaje cultural. Rizzo evoca la calle como motivo y detonante de cuestionamientos teórico-formales que encuentran su traducción directa en el acto pictórico, en apariencia desenfadado, construido por un riguroso proceso mental. Antonio no evoca cualquier calle de la ciudad, sino zonas urbanas de naturaleza mórbida. Su apuesta y deseo es pintar “sin estética”, “olvidar” lo referencial como parte de su proceso creativo y como posicionamiento para cuestionar los quehaceres de la práctica pictórica en el México actual.
En Personajes callejeros(Figura 1), el autor nos somete a una tensión visual y nos arroja por primera instancia, al vacío; para jugar, posteriormente, con todos nuestros sentidos. En este cuadro, encontramos estructuras sobrepuestas que dialogan y compiten por un espacio vital en el andamiaje compositivo, monocromías contenidas dentro de un margen vibrante de rojo cadmio, casi naranja, que da la idea de expansión detrás de lo ya expandido. Tonalidades que evocan el asfalto como metáfora poética para hablarnos de las huellas humanas, del tiempo, de lo entrópico, del silencio y de los sistemas orgánico-urbanos.
La incertidumbre es una de las características más importantes en la obra de Rizzo. Su trabajo pictórico está marcado por la sobreposición de planos, autonegación que se repite constantemente y que podemos notar, al observar los diversos niveles de estructuración que participan en la construcción de las no-formas finales. Alteraciones gráficas que conjuran el sonido de cristales rotos o revelan cúmulos de basura, de cabellos o el hedor de cuerpos humano-animales atropellados y embarrados en una avenida citadina. Estos tratamientos conviven con masas, groseramente reunidas, que dan la impresión de haber sido ejecutadas con materiales extrapictóricos como el cemento.
Personajes callejeroses también, una traducción de la danza mental y vital emprendida por el autor. Cualidad que le permite bifurcarse entre la razón y el instinto, dando como resultado una abstracción poco complaciente. Él afirma que “la mímesis genera falsedad”. En ésta obrapercibimos dos fuerzas en tensión permanente, por un lado la energía del automatismo y por otro la severa metodología del raciocinio, evidenciada en la casi simétrica línea visual que se dibuja a la mitad del lienzo. La personalidad del autor se manifiesta implícita en el apetito de estas dos entidades que cohabitan el mismo soporte, que edifican un solo organismo y que fungen como creadoras y destructoras. Por momentos parece que la expresión se somete al pensamiento consiente y por otras que nada hay de razón en dicha auto organización.
Antonio planea, estructura su metodología, analiza cada pincelada y posteriormente se somete a lo no estructurado que le brinda la naturaleza de la pintura, él también se arroja al vacío. De esta experiencia surgen soluciones no controladas producto del azar, la irracionalidad y lo impulsivo, dotando de un aspecto fresco y de inmediatez a la obra. Ejemplo recurrente es el uso de contrastes básicos en los materiales pictóricos como la convivencia del agua y el aceite. De tal modo, la experimentación caótica del uso de pintura vinílica mezclada con chapopote, le permite obtener soluciones alquímicas que dotan a sus imágenes de una atmósfera rica en cualidades tonales y recursos matéricos como: los craquelados o los empastes rigurosos.
La pintura de Rizzo dialoga con la de numerosos referentes históricos, tal es el caso de los integrantes del Grupo Cobra y especialmente del pintor berlinés Alfred Otto Wolfgang Schulze (1913-1951), llamado simplemente Wols. En la obra de Rizzo encontramos citas a las soluciones espaciales y formales del trabajo artístico del pintor alemán, considerado por la crítica como padre del tachismo, quien desde una trinchera sigilosa y subversiva, transformó la pintura de su época.
En los dos, se aprecian procedimientos expresivos que se yuxtaponen, que emergen de las capas añadidas y que son, en ocasiones, recuperadas por la acción de rayar o rascar el soporte. En Rizzo se observan soluciones cromáticas afectadas por la suciedad tonal provocada por el uso indiscriminado de los materiales, anulando la idea de modelado o claroscuro. Las series rítmicas de improntas están esparcidas en un lienzo sin bastidor de formato casi cuadrado (110 x 100 cm), mismo que evoca un trozo industrial de asfalto o un fragmento de concreto y que sirve como código de acceso para que el espectador tenga claridad que, eso que ve, es una pintura y no otra cosa.
El trabajo creativo de Antonio Rizzo no se somete a normas estéticas predominantes en el contexto cultural mexicano, tampoco a estilos y modas utilizadas por pintores silenciosos que son los causantes de las miles de muertes que ha sufrido la pintura. Su obra emerge de las profundidades como un canto grotesco dedicado a lo primigenio, como un ritual pagano que exorciza el conocimiento implantado a lo largo de su vida, como una negación de los cánones ornamentales, de los paradigmas académicos anquilosados y como testimonio individual de una existencia sometida a una rigurosa autodisciplina.
Ángel Solano
Tultepec, México, otoño de 2018