Sobre la obra Chiquita Brand de María Fernanda Enríquez
Por Perla Mata Chairez
María Fernanda Enríquez * Chiquita brand * Acrílico y óleo sobre lino * 45 x 60 cm
Este texto aspira a proponer una hipótesis interpretativa que conduzca a una tesis de la obra Chiquita Brand de la artista María Fernanda Enríquez a partir del modelo interpretativo de corte hermenéutico-analógico. La pintura realizada con óleo y acrílico sobre lino en un formato rectangular con las dimensiones de 45 x 60 cm, muestra un paisaje con contornos indefinidos o imprecisos que remiten al movimiento de las hojas dispuestas a lo largo del tallo de los árboles que se presentan en dos filas, los cuales inician en los límites horizontales de la pieza y se dirigen hacia al interior sin considerar el centro. La falta de nitidez y las decisiones cromáticas del fondo conducen la atención hacia el centro de la composición en donde se encuentra una estampa de plátano realizada miméticamente con acrílico en escala 1:1 de la compañía Chiquita Banana. El contraste de los tonos fríos del fondo con los vibrantes de la estampa, permiten su análisis individual y en conjunto: el paisaje, la estampa y la yuxtaposición de ambas.
La organización de los elementos en el soporte pictórico permite afirmar el género de la pintura Chiquita Brand, un paisaje en donde el evidente horizonte designa el lugar para el cielo y el suelo, una delimitación que conforma el encuentro entre ambos. Los tonos fríos del paisaje y el cielo a partir de la mezcla de magenta quinacridona, amarillo cadmio, azul cobalto y blanco, generan una especie de perífrasis de indeterminabilidad, pues la construcción del cielo en la pintura evoca algo que no se puede nombrar, un cielo que no es de día ni de noche. La disposición de la materia sobre el soporte y la textura que es ajena a la viscosidad del óleo concede la identificación de la utilización de la técnica de transferencia de una imagen al soporte. Se reconoce el fantasma del transfer a partir de los grumos o granos que conserva la tela al retirar la pulpa del papel, sugiriendo una especie de desintegración que se puede vincular con las repercusiones de los monocultivos sobre la tierra y el paisaje. Por otro lado, la estampa que se muestra como una copia de la original en términos de color, dimensión y forma confirma otro contraste encontrado en la pieza: por un lado, la mimesis y por el otro la representación, operaciones realizadas con técnicas distintas: acrílico y óleo. La primera con un procedimiento gráfico, mezclando texto e imagen, mientras que el segundo con un tratamiento más orgánico, aunque de primera intención, pues se evidencia los recursos, capas y pinceladas que la artista utiliza para la construcción de la pintura. No hay nada oculto, más bien parece que desea que veamos el proceso.
El análisis de la yuxtaposición del elemento al centro de la composición –la estampa de fruta–, resulta medular, pues el paisaje en el fondo no muestra demasiados elementos a considerar para descubrir que se trata de un tipo específico de árbol, siendo la estampa de Chiquita la que otorga la identificación concreta de la bananera. Tanto el paisaje en el fondo como el énfasis en la estampa se sostienen una con la otra y aunque podría ser paradójico, pues existe contradicción entre los materiales y el tratamiento con los que fueron realizados, también se complementan conceptualmente a partir de la diferencia: los acrílicos y sus cualidades sintéticas en suma con el óleo como pintura que mezcla pigmentos con aceites, normalmente de origen vegetal, contraste que puede relacionarse con los procedimientos industriales y de producción agrícola sobre los espacios naturales.
Entre la presencia y la ausencia, la pintura cuenta con saturación, acumulación y vacío. Hay una acumulación icónica en el fondo: troncos de árboles que crean un sendero o camino que no está centrado y que parece no ir a ningún lugar pero que dispone la mirada hacia el lino crudo que enmarca la obra. La repetición continuada y la supresión de partes de la superficie de la pintura propone actividad y descanso, acciones que resultan importantes en el acercamiento e interpretación de la obra, pues las pausas visuales pueden ser oportunidades de reflexión en piezas complejas en donde las apariencias engañan.
La pintura muestra un escenario neutral en donde correlaciona un paisaje con una multinacional que se dedica a la producción y distribución de plátanos, un elemento que se encuentra en el día a día, y que es posible acceder a él con el simple hecho de ir a comprar un plátano en el supermercado –y hacer lo que habitualmente se hace: retirar la estampita de la fruta antes de comerla–. Una pieza que podría estar funcionando desde la categoría morfológica en el valor de lo conforme, para movilizarse a las categorías estética y ética, pues a partir de la representación de un paisaje y la yuxtaposición de la estampa con la marca, se puede encontrar una posición estética en relación con una reflexión de tipo ética, concretamente en la consideración de un elemento cotidiano: el identificador de la marca en una fruta, se puede proponer un escenario de juicio ético sobre las repercusiones de los monocultivos sobre el territorio y en la complejidad del caso Chiquita Brands International en particular, que estableció dictaduras en Centroamérica como un instrumento del imperialismo estadounidense que favoreció a la compañía.
La aparente insignificancia de una estampa de papel en una fruta y la decisión de realizarla miméticamente sobre el soporte de la pintura es definitivamente el punto crítico en la obra. La estampa del plátano sobre el paisaje complejiza formalmente y de contenido el espacio pictórico, trae a discusión las acciones que históricamente ha llevado a cabo esta empresa estadounidense y que tiene impactos sociales, ambientales e identitarios en América Latina desde el siglo pasado. Asimismo, inscribe la pieza en un grupo de obras que se han realizado para cuestionar las acciones coloniales de Estados Unidos y la compañía en Centroamérica, todas hechas por artistas latinoamericanos, entre las que destaca Chiquita Banana, del artista mexicano Yoshua Okón, en donde muestra el nombre de la marca en un relieve en mármol blanco dentro de un rifle; así también la artista ecuatoriana María José Argenzio con la obra Chiquita, escultura realizada través del uso de la técnica ornamental pan de oro y la iconografía del banano. En la pieza se considera el oro y el banano como elementos de extracción en masa.
Chiquita Banana, Yoshua Okón, 2004, Relieve en mármol blanco.
Por último, el artista y crítico uruguayo Luis Camnitzer, con la pieza Banana Flag, en donde considera que esta nueva bandera podría representar mejor la identidad de Estados Unidos. En la obra, se encuentra el remplazo de las estrellas sobre el fondo azul por un banano.
En este sentido, la estampa de la marca se considera no únicamente el punto de catástrofe en la obra, sino también el código de acceso que permite centrar la atención hacia el énfasis que la artista le otorga y, a su vez, a su contenido histórico, social y artístico, pues la decisión de añadirlo al paisaje representado en el fondo también podría limitarse a una elección exclusivamente estética, por una afinidad en su diseño, color y fácil acceso; es aquí donde es posible encontrar la intencionalidad de la autora. Una que se muestra móvil y no paralizada en una opción única, pues hace posible que el intérprete o espectador encuentre varias opciones a partir de elementos que se observan en la pieza, como se había mencionado, tanto en su carácter individual o en enlace. Comprender lo que no es claro a primera impresión también exige situar en contexto la obra, descubriendo algunas pistas de lo que podría estar oculto o latente. En palabras de la artista, en un inicio su intención no partía de compartir la complejidad de lo que se conoce como las Repúblicas Bananeras, y tampoco su cuestionamiento o reflexión ético a través de la obra; más bien, ella encuentra valiosas las conexiones y acercamientos que se generan a partir de elementos que podrían ser insignificantes: una estampa de fruta que se produce y distribuye en masa y que, no es común conservar o centrar la atención en ella, pues se lleva inmediatamente a la basura. Es por lo que, en la obra se puede ubicar tanto la intencionalidad de tipo consciente tácita e inconsciente explícita. Por un lado, la artista diseña un escenario en la obra que tiene un número de elementos o potencias interpretativas que pueden
Banana Flag, Luis Camnitzer, 2018-2020, Imagen digital.
quedar fuera de la comprensión del intérprete y también, otras ser muy claras para el espectador, pero no se encuentran en las intenciones del artista o más bien, sí y no, pues al mencionar que le interesan las relaciones que se puedan encontrar en la obra a partir de elementos que ella añade y que podrían resultar insignificantes hace que la intencionalidad se convierta en consciente explícita: pues ella busca y orquesta todas las posibles opciones interpretativas a partir de un elemento cotidiano.
La consciencia de la realidad que envuelve las obras depende del tipo de intérprete que podría tener una posición teórica al hacerse preguntas a partir del contenido formal, simbólico y pragmático de la pieza. Este tipo de respuesta implica el ejercicio de la especulación para la creación de conjeturas que definan, describan y reflexionen el fenómeno que se presenta en la obra. Un tipo de respuesta que definitivamente convoca a querer saber más a través de una investigación de datos en internet por los vagos recuerdos que se tienen de las actividades ilícitas que Chiquita ha llevado a cabo y que se han mencionado en medios de comunicación a través de los años. Referencias que no se encuentran de manera consciente en nuestras actividades diarias pero que remiten a una consciencia colectiva de fenómenos que acontecen en las relaciones que establece Estados Unidos con el sur global y que tiene complicaciones a nivel social. Por esto, se observa la congruencia entre las decisiones cromáticas de la obra y su tratamiento, pues los tonos fríos y la falta de nitidez aluden a un momento que podría estar borroso en nuestra memoria, una escena que seguramente vimos en la televisión, en internet o en un nota del periódico y que hablaba de lo que sucede en los monocultivos de plátano en varios países de Centroamérica, en donde este paisaje verde, robusto y con fruta fue la razón de la desestabilidad política de comunidades enteras, que provocó muerte, hambre y conflicto.
Chiquita, María José Argenzio, 2013, bananas hechas de resina cubiertas de pan de oro sobre almohadón de terciopelo negro.
La cualidad fálica del plátano es algo que puede ser vinculado con su historia de conquista y dominación. La forma de esta fruta puede relacionarse con el aspecto de un arma y a su vez, remitir a su genealogía, pues se dice que el banano no es una planta nativa del continente americano, por el contrario, existe a partir de la colonia;1 confirmando que es símbolo de violencia y represión en la cultura latinoamericana.
El punto de vista resulta fundamental en la configuración de la obra, pues el género de paisaje determina un punto de vista que se ubica en el horizonte como línea imaginaria que se desplaza conforme nos movemos de lugar, organizando y determinando un encuadre específico.2 El punto de vista establece que existe una relación entre el sujeto y su percepción, formalizando dos decisiones: detenerse a observar un lugar y, pintarlo, o también, detenerse en una imagen de internet y pintarla. Este punto de vista definitivamente es contingente, pues posibilita una serie de encuentros y actividades que inician con el yo y culminan con el otro. Una respuesta que podría ser de tipo mágico-religioso, pues determina una experiencia subjetiva de encontrarse en aquello otro: naturaleza, persona, objeto o acción. Por lo cual, la respuesta de tipo teórica definitivamente es un acercamiento para llegar a la mística-religiosa. El entendimiento y razonamiento del fenómeno en la pintura, permite un encuentro mucho más primitivo de las relaciones subjetivas que pueden entablarse con todo aquello que nos rodea y que puede afectarnos.
La obra Chiquita Brand se conforma de antítesis o contrastes entre materiales, tratamientos y contenido, que permite considerar las relaciones paradójicas que entabla la humanidad con la naturaleza y al mismo tiempo, con otras personas y formas de vida. La complejidad de un elemento cotidiano como lo es una estampa de papel retirada de un plátano y pintada miméticamente sobre la representación de un cultivo de bananos hace posibles ciertos cuestionamientos primarios sobre el tipo de vínculo que se establece con el origen: destrucción a partir de la producción, muerte a partir del comercio, conflicto a partir de la distribución de una fruta, creando una metonimia de efecto por causa que es posible encontrar en el contenido de la obra y no en su imagen. Es decir, en el símbolo y en su relación con todo aquello que le rodea y no en el ícono. Las bifurcaciones interpretativas de la obra confirman un encuentro fértil que deviene en la apreciación de la pintura a partir de su materialidad e iconografía. La lógica de la obra se desenvuelve en planteamientos conceptuales, expresivos y simbólicos que no terminan en el encuentro y observación de esta, sino que provocan la movilización y conocimiento de dinámicas enredadas y oscuras que atañen a nuestros tiempos y que no deberían simplemente depositarse en la basura como comúnmente lo hacemos con las estampitas de fruta: una sugerencia que parte de lo que está detrás del poderse llevar una fruta a la boca.