Sobre la obra de Ricardo Guillermo
Por Mariana Ortiz Albo
La vinculación con la obra de Ricardo es inmediata: la posibilidad de reacomodar sus módulos invita al juego, como aquellos pequeños rompecabezas deslizantes con números que manipulábamos en la infancia. La infancia, entonces, aparece como un primer recuerdo evocado por la experiencia estética. La ansiedad de formar los números en orden resurge… pero aquí no hay números ni un marco que nos limite. El orden obedecerá a pesos, texturas, tensiones que en cada movimiento cambian.
Así comienza un juego de sensaciones visuales, consistencias, de equilibrios y gestos que interactúan entre sí, pero que requieren de mí para hacerlo. La acción de Ricardo existió, pero su obra, ahora emancipada, nos invita a todos los demás, incluido él mismo aunque en otra etapa del proceso de creación. Giro los módulos sobre su eje y los reacomodo varias veces, hasta que logro una disposición que me otorga una sensación de compleción. Esa sensación marca el momento en que he terminado de participar en esta obra, aunque podría volver después. Para mí el resultado final no es el rectángulo ordenado de tres columnas por cuatro filas con el que comencé. Al no haber una base fija para los módulos, terminé formando columnas desalineadas y filas irregulares, de dos, cuatro, tres y tres cuadros cada una. Para alguien más será algo completamente diferente. Veo la imagen que subió Ricardo al foro, con el primer acomodo que él realizó, también es completamente diferente.
Contrastes duros en formas de bocas abiertas con colmillos: no. Intento deshacerme de mi necesidad de figurar todo, pienso mejor en pesos. Imagino una jarra de agua que inclinada hacia un lado lleva su agua hacia allá, inclinada para otro lado se tira, sentada en su base se equilibra. La obra de Ricardo siempre me ha evocado microuniversos donde cada impresión es una ventana a la que me puedo asomar mundos diferentes. Su interés en el proceso de creación le otorga aún más independencia a los resultados de este proceso, a los módulos finales.
La singularidad de estos objetos pictóricos reside en una percepción-acción prolongada, sostenida por la coautoría del espectador. Es ahí donde se activa el pragmatismo de las transfiguraciones. Percibo la relación del autor con el proceso: la decisión de intervenir materiales sobre la placa, la presión que transforma la materia y los movimientos con los que, finalmente, el interlocutor reinterpreta a su manera. Ese interlocutor —el espectador activo— vuelve a singularizar la pieza desde su experiencia, estableciendo relaciones personales que nunca conoceremos del todo.
Emerge el sentido de la obra como una cadena de acciones que nunca pueden ser exactas ni definidas, posibilidades que habitan en el accionar de alguien más. En este construir compartido parece abrirse un intersticio social, aunque no necesariamente uno que desafíe el status quo político o social. Es más bien un espacio por recorrer donde existe un intercambio, donde sí existe el encuentro entre el observador y el cuadro. Un encuentro que subraya, como señala Bourriaud1, el trabajo que debe realizar quien mira para producir sentido. La obra de Ricardo propone este trabajo desde un lugar lúdico, haciéndolo casi imperceptible. No obstante, como mencioné antes, este carácter lúdico no elimina la complejidad del contexto en que se inscribe la obra. No basta con una estética relacional para romper con las lógicas capitalistas que envuelven tanto a las obras como a sus modos de exhibición en galerías o museos. Claire Bishop lo plantea con claridad en su crítica a la Estética Relacional: debemos preguntarnos qué tipo de relaciones se están produciendo, entre quiénes y con qué finalidad. El simple hecho de que exista un diálogo no lo hace automáticamente valioso. Es difícil problematizar una experiencia desde un plano político o social si no es posible salir de él, si no se logra la distancia crítica suficiente para comprender en qué condiciones se están ejerciendo esas relaciones.
Me parece ingenuo pensar el arte contemporáneo como un espacio libre, opuesto al mundo posneoliberal que habitamos. Coincido más bien con la noción de “ambiente agonista” que menciona Marcela Prado al citar a Chantal Mouffe en su análisis crítico de la estética relacional2. Al igual que otros autores referidos por Prado, considero que las obras que producimos y consumimos están claramente inscritas en el sistema económico capitalista que estructura toda nuestra vida social. Esta constatación puede resultar desalentadora. Sin embargo, al observar la obra de Ricardo y analizar la experiencia que propone, encuentro que la obra, pese a estar inmersa en ese sistema, genera ecos que trascienden su propio espacio. La experiencia estética sigue estableciendo vínculos, tiende puentes con quienes habitamos este mundo, y eso tiene un valor en sí mismo, la ventana de acercamiento o análisis del mundo a través de la obra es valiosa, saltando de referencia abruptamente hacia el pasado en Jan Mukarovsky y Jordi Llovet “Sólo en la función estética el peso principal descansa sobre el signo mismo, sobre aquella cosa perceptible por los sentidos y cuyo papel es el significar, aludir a algo.”3. Y la alusión es personal y múltiple desde esa individualización y los brazos vinculantes con el todo resultarán o no relacionales en diferentes momentos del contexto en que exista la obra.
El conjunto de módulos pictóricos en blanco y negro, dispuestos de forma libre y no ortogonal, como piezas que se han desplazado de un orden inicial. Las composiciones, de fuerte carga gestual y expresiva, evocan una acción física directa sobre la superficie: chorreados, brochazos, contrastes intensos entre zonas negras densas y blancos abiertos. La disposición irregular y la variedad de gestos generan una experiencia fragmentada, dinámica, donde el ojo se ve obligado a moverse constantemente y la mente a extender los hilos de vinculación y anclaje a lo que se deje asir de la experiencia.
La posibilidad de reorganizar los módulos invita a una experiencia íntima, a un diálogo donde cada quien puede encontrar una disposición que le dé sentido. Esto refuerza una empatía con la obra: no se trata sólo de mirarla, sino de activarla desde el cuerpo y la imaginación donde la falta de una jerarquía visual establecida, obliga a habitar el desconcierto, a aceptar que no hay una sola forma correcta de interpretar, de mirar, de relacionar. La obra se resiste a cerrarse, se niega a ser definitiva.
1 Bourriaud, Nicolas. Estética Relacional, Adriana Hidalgo editora, 2008.
2 Prado, Marcela. "El debate crítico alrededor de la Estética Relacional" Disturbis. Número 10 Otoño 2011.
Universitat Autònoma de Barcelona. http://www.disturbis.esteticauab.org/DisturbisII/Prado.html
Universitat Autònoma de Barcelona. http://www.disturbis.esteticauab.org/DisturbisII/Prado.html
3 Mukar̆ovský, Jan, y Jordi Llovet. Escritos de estética y semiótica del arte. Gustavo Gili, 1977. pp. 145-156.
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