Sobre la obra de Aydé López Martínez
Por Isabel Gómez Machado
Aydé y yo nos encontramos en el archivo, así que me acerqué a su obra desde mi propia experiencia, desde los puntos en común, desde las carencias y los obstáculos que yo misma me he encontrado al trabajar con archivo. Reconocí en su obra mis propios deseos y amor por la maravillosa práctica de archivar y aunque nos acercamos de formas muy distintas a ella, la necesidad de registrar y de cambiar la materialidad de las imágenes está muy presente. Hablando por mi, esta necesidad nace de un afán porque las cosas estén menos quietas de lo que a veces parecen. Sacudir el archivo y las escenas del pasado se vuelve necesario para que vivan en mi con una fuerza mayor y necesaria para la construcción del presente y a la vez del futuro. Muchas veces el impulso por atrapar estas imágenes se presenta con tanta gravedad que emerge una deuda, ya sea con el pasado, con el lugar, con la persona de la imagen o con la emoción que la imagen provoca. El ejercicio de Aide me recordó la deuda que tengo con retratar a todos los perros que viven en la casa de mi papá. A todos ellos les tengo un gran cariño y la deuda se agranda con la distancia y con el hecho siniestro de que mueren fácilmente. Viven en la selva y muchas veces aparecen por ahí con picaduras de culebra o mordiscos de tigrillo. Traigo esto por esta idea mía de atrapar las cosas y de usar la pintura para ello. Cambiar la materialidad del archivo para pasar más tiempo ahí con eso frágil que se desvanece. Es una máquina emocional que a veces es difícil detectar lo que emerge de ella y esa emoción solo se revela en el contacto con la nueva materialidad que en este caso es la pintura. Creo que hacer esto se relaciona con lo que Jan Mukarousky se refería con convertir la realidad misma en un signo. Es un acto de atención y de afecto decidir pintar y sobre todo decidir pintar algo que ya existe en una foto. Es un signo que emerge de una imagen y de un deseo de la memoria para convertirse en un objeto que carga una vida mayor al pasar por distintos procesos de materialización. La captura de la imagen inicial, el revelado, ponerlo en el álbum junto a sus otras imagenes hermanas, guardar el álbum, sacarlo en ocasiones para recordar, de repente llega Aydé y se fija en una imagen, la toma, pide permiso a su mamá o abuela para llevarla al taller, compra los bastidores, prepara los colores y se detiene. Se detiene en la imagen lo suficiente para reconocer gestos minúsculos de las personas que ama, pero al hacer esto entiende mucho más de ellas de lo que podría entender en las interacciones comunes. Aydé pasa a ser una protectora del archivo, una vigía del tiempo de su propia vida y de su familia. Jugar con el tiempo de la memoria es lo que sospecho que hace esta autobiografía abierta.
Lo primero que noté y que me saltó por dentro fue la selfie de Aydé con su novio. Con ella noté una disonancia con el resto de las imágenes, que eran retratos más clásicos del archivo. Me sorprendió ver toda la modernidad que implica tomarse una selfie dentro de esa idea colectiva del archivo como algo “antiguo” y a la vez reforzada por la a veces anacrónica presencia de la pintura. Pensé en la hauntología de Derrida que habla de los fantasmas del pasado que habitan el presente y lo condicionan desde un futuro que todavía no sucede. Pensé en todas esas temporalidades que podían estar jugando dentro de la obra de Aydé y en como el título de “Autobiografía Abierta” espera ese futuro condicionado por los fantasmas del pasado y que habitan los deseos del presente.
No puedo evitar ver aquí una revolución en contra de la nube, de los mecanismos contemporáneos de archivo, movilizada por las nuevas formas de melancolía que según Nicolas Bourriaud ha dejado el fracaso de la emancipación moderna. Existe cierto alivio en imprimir una foto, o pintarla. Hacerla cosa, tocarla, verla, vivirla. En lo personal, la nube está tan lejos de mi entendimiento que deja de ser mía, y mis fotos terminan siendo de una máquina en un sótano en California. Las fotos del celular se empiezan a parecer a un código que no nos representa íntimamente como podría hacerlo algo que está en nuestras manos.
Otra ruta de pensamiento que busca la subjetividad es que gracias a que Aydé retrata objetos inanimados, un perro, y personas que no son ella, Aydé asume que su autobiografía no es solo suya. Es un tejido de afectos que convergen en su línea del tiempo pero que caminan con independencia en sus propias direcciones. Al estar buscando verse objetivamente, está mirando el resultado de perpetuas transacciones con la subjetividad de los demás y con esto no solo expone lo que para ella es importante sino que genera una red de encuentros abiertos y no estáticos, siendo cada imagen una posibilidad de subjetivación.
La presente obra presenta una subjetividad dentro de sí misma la cual es reflejo de la subjetividad de la artista. Sin embargo, creo que al llamarse “Autobiografía abierta” asume el compromiso de seguir creciendo y ojalá dándose la libertad de cambiar de formatos, técnicas, incluso pasar por el objeto, porque para lograr una subjetividad con el otro usando archivo personal, es importante entregarle al observador algo que reconozca para generar ese encuentro y que se formen nodos emocionales. Esta conexión con el otro podría lograrse con esta extensión del proyecto, y me atrevo a decir que debería ser masiva.
Mientras más ramificaciones se generen en la autobiografía de Aydé, más oportunidades hay de que el otro se reconozca en una de ellas. Casi que armar un árbol genealógico hasta el punto en que deje de ser familia y se convierta en sociedad. Ese árbol debe crecer para encontrarse con el otro y para que la obra se asuma como una realidad que pueda ser discutida. Percibo que la oportunidad de subjetivación en la obra de Aydé es exponer que nuestras historias y nuestra construcción de memoria se conectan con el mundo, se expande hacia afuera y no hacia adentro y que no hay manera de escapar del otro para formar nuestra identidad. El reto estaría en hacer evidentes estas conexiones con el afuera desde algo tan personal e íntimo como el archivo familiar. Con esto se llegaría a la propuesta de Guattari de des-pegar la subjetividad del sujeto para disolver los lazos que son su atributo natural. Es necesario trazar una cartografía que desborde ampliamente los límites del individuo.
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