jueves, 29 de mayo de 2025

Detrás de la máscara

 Análisis de la pintura "El camino del Héroe"

de Carolina Isabel Garrido Cruz

 Por Daniela Adaluz Gómez Navarrete

"Elcamino del héroe" 
90x110cm
Acrílico y óleo sobre madera 

Mi mirada es atravesada por los contrastes de escalas entre verdes y rojos. Un niño pequeño se encuentra en la mitad izquierda del cuadro, parece estar jugando, explorando la vida en un terreno, que aunque seco, posiblemente no infértil. La sensación de inocencia se hace presente, mientras observo al pequeño dando la espalda al caos, ignorando la realidad de lo que sucede a su alrededor.

Del lado derecho se encuentra una figura que inicialmente leo como un peluche con forma de perro, un perro protector, casi espiritual, que permanece vigilante al lado del niño, custodiando su inocencia y observando el fuego y el caos. Me genera dudas la dirección del movimiento: si leo el cuadro de derecha a izquierda, el fuego parece alejarse, pero las pinceladas rojas y la dirección de la fogata se mueven hacia la
izquierda, hacia el niño. 

Esta imagen me transporta a mi niñez, a aquel peluche de Simba, el personaje de la película El Rey León, originalmente le pertenecia a mi hermana, mi relación con este objeto se arraigo tanto en mí que aún lo conservo. Este juguete contenia frases, la que más recuerdo, decía: "Estaremos siempre juntos". Me pregunto, ¿por qué cuando somos niños buscamos cierta seguridad sea real o imaginaria? ¿acaso somos conscientes de lo vulnerables que somos a esas edades? Este objeto representa la seguridad y el acompañamiento que me brinda-ba mi hermana en cada transformación de mi vida.

Entre pláticas con la autora Carolina Cruz, se me reveló que la figura que acompaña al niño es la representación de Xipe Tótec, el Dios desollado de la cultura prehispánica mexica. Personalmente no había escuchado sobre esta deidad; mi conocimiento sobre las culturas precolombinas es limitado.

Cuando Carolina me contó que este Dios se viste con la piel de los guerreros enemigos, mi sensación fue de horror, pero indagando sobre la concepción de esta deidad, descubrí que en la cosmogonía mexica, este dios nutría a la tierra y al sol con la sangre de los guerreros enemigos, permitiendo que la vida pudiera proseguir. 

Por ello, Xipe Tótec tiene vínculos profundos con la agricultura y la regeneración del maíz, algo que ahora puedo relacionar directamente con los elementos de la obra, la tierra árida y el fuego del cuadro. En la agricultura tradicional se queman los restos de la cosecha para preparar el terreno y sembrar el nuevo ciclo de semillas. Así la imagen cobra un sentido completamente diferente: el fuego no solo destruye, prepara.

Entender el trasfondo de este ritual mexica transformó mi visión occidental de la guerra. Algo que inicialmente pensaba horroroso y bélico se transformó al comprender que parte del significado de este ritual es: que la muerte es parte de la transformación de la vida, un eslabón necesario en el ciclo de renovación.

También una conexion que logro tener a partir de la tradición de la festividad de este Dios, llamada Tlacaxipehualiztli, — donde se desollan a los guerreros enemigos — existía la prohibición durante la fiesta de consumir alimentos preparados con maíz nixtamalizado, este proceso consiste en remojar los granos en agua con cal, esto permite quitar la piel al maíz, es decir deshollarlos. Observo una similitud con la preparacion de la tierra y el fuego, el fuego desolla a la tierra para su transformación.

Observando más detenidamente la obra, noto algo que me inquieta, la expresión de ambas presencias con la boca abierta y sin ojos visibles—mientras la mirada del niño se dirige hacia abajo, ocultando sus ojos. La figura a su lado parece no tener brillo o simplemente sus cuencas están vacías. Esto me lleva a sentir una extrañeza y me lleva a cuestionar si son el mismo ser y preguntarme ¿cuál es su relación conceptual?

Esta similitud gestual sugiere que el niño contemporáneo y Xipe Tótec no son simplemente dos figuras coexistiendo en el espacio pictórico, sino dos manifestaciones temporales de una misma esencia. El niño parece absorto en el presente del juego, mientras que la deidad, con sus cuencas vacías, observa desde una temporalidad que trasciende lo visible.

Con esta información mi lectura cambió completamente. Ahora lo que interpretaba como amenaza—ese color rojo incendiario—es una transformación. La inocencia del infante es el inicio de algo nuevo, la figura del dios Xipe Tótec que a primera lectura se podría considerar siniestra, representa una máscara que proteje y es necesaria para dar pie a nuevos inicios.

Mi experiencia inicial con la obra se podría ejemplificar con lo que Mukarovsky denomina desautomatización. Al principio reconocí elementos familiares, un niño jugando, un juguete, un paisaje, fuego, pero gradualmente la relación entre estos elementos revelaron capas semánticas complejas.

Lo que inicialmente leí como un simple peluche, resultó ser una deidad ancestral cargada de significado. Además, el fuego que me parecía caótico y arrasador se transformó en elemento esencial para el concepto de renovación. Tal vez esto es precisamente lo que Mukarovsky quería decir cuando hablaba de cómo el arte rompe nuestros patrones automáticos de percepción.

La obra despertó memorias dormidas de mi infancia. Esta activación de la memoria puede ilustrar cómo el arte contemporáneo, según Bourriaud, genera experiencias relacionales que involucran la totalidad de nuestra existencia creando nuevos significados que trascienden su materialidad.

Lo que me interpela de mi experiencia es que todo este análisis profundo fue posible únicamente gracias a mi curiosidad por la información que recibí de la artista. Sin el contexto cultural que Carolina me proporcionó sobre Xipe Tótec, mi "encuentro relacional" habría quedado limitado a mi lectura inicial: un niño con lo que parecía un juguete que lo protegía del caos, activando mis memorias personales del peluche de Simba.

Esta dependencia del mediador cultural revela una limitación en la perspectiva de Bourriaud, el cuál celebra que se generen "relaciones" sin cuestionar cuándo esas relaciones permanecen superficiales por falta de información. Esta obra tiene lecturas completamente diferentes según el bagaje cultural de cada persona, pero también de su acceso a mediadores culturales. Alguien con conocimiento profundo de culturas prehispánicas habría tenido un encuentro diferente al mío. Alguien sin acceso a esa información— o sin la posibilidad de dialogar con la artista— habría quedado en una lectura más superficial. Esto expone cómo la estética relacional puede reproducir desigualdades en el acceso al significado cultural, aunque Bourriaud asuma que todos pueden participar del "diálogo" que propone la obra.

Como señala Marcela Prado en su análisis crítico, este es precisamente el problema del enfoque de Bourriaud: "no es suficiente con simplemente decir que la activación del espectador es un acto democrático en sí, ni tampoco afirmar que entre más abierto sea el final de la obra y se solicite más participación, la obra será más democrática. Mi experiencia "relacional" profunda dependió completamente de que Carolina funcionara como traductora cultural. Sin ella, la obra no habría funcionado relacionalmente al nivel que Bourriaud idealmente busca generar nuevas comprensiones y vínculos significativos.

BIBLIOGRAFÍA
Bishop, Claire. "Antagonismo y estética relacional". Esferapública.
https://esferapublica.org/antagonismo-y-estetica-relacional/
Bourriaud, Nicolas. Estética relacional. Adriana Hidalgo editora, 2008.
Prado, Marcela. "El debate crítico alrededor de la Estética Relacional". Disturbis, núm.
10, otoño 2011. Universitat Autónoma de Barcelona.
http://www.disturbis.esteticauab.org/DisturbisII/Prado.html
González, Carlos Javier (enero, 2012) Xipe Totéc, (Episodio 38) Audio Podcast,
Raíces UDEM.
https://archive.org/details/Races3828012012CarlosJavierGonzlezGonzlez
MUKAROVSKY, Jan., El significado de la estética, en Textos de Estética y Semiótica,
Barcelona: Gustavo Gili, 1977. 

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