Un ensayo a partir de la obra de Mariana Ortiz Albo
Por Aydé López Martínez
En este ensayo se tratará de abordar la obra de Mariana, primero desde una descripción a partir de los sentidos, la percepción y la imaginación, después detectando los elementos de la obra que son singulares y que nos permiten adentrarnos en ella, y posteriormente se tratará de entender cómo puede o no relacionarse esta obra con la teoría estética de Jan Mukařovský1 y con la estética relacional de Nicolas Bourriaud2.
Para comenzar hay que decir que la pintura que presenta Mariana es imponente, principalmente por su tamaño pero también por la escena que plantea. Al acercarme a la tela, lo primero que percibo es el contraste entre los colores verdes azulados oscuros que se encuentran en la parte superior de la pintura, y los colores rosas luminosos que se encuentran debajo, encapsulados por un verde fluorescente. Este contraste genera en mí una sensación de separación, como dos fuerzas que luchan en el espacio. Me da también la impresión de movimiento, e imagino a la masa rosa desplazándose, empujando aquello que está a su alrededor, como una escena celular. Noto también otro contraste: aunque las dos partes parecen haber sido pintadas de forma suelta y muy gestual, hay una diferencia de suavidades y de carácter, haciéndome pasar mis ojos de un lado a otro, entre el caos y el refugio, entre lo áspero y lo suave. Además, el mono es, en principio, el único elemento reconocible de la escena, y esto genera que constantemente regrese a verlo, a ver su rostro y sus extremidades que se expanden en el espacio pictórico.
La escena es precisa en su imprecisión. Se compone de elementos que son y no son al mismo tiempo. Por ejemplo, esta masa verde por momentos parece un organismo que camina, pero es un organismo que no alcanza a tomar una forma específica, como si, aunque sea un momento en el tiempo, siguiera cambiando. Como si, aunque le tomáramos una foto, esta quedara movida o barrida, indefinida. Sospecho que se debe a la soltura con la que trabajó Mariana sobre su lienzo, sin necesitar que hubiera límites precisos de la forma. Pero sucede también que este organismo parece construir el mismo fondo de la escena. Al respecto, me parecen muy acertados los colores que toma, porque estos colores selváticos, fuera o no esa su intención, nos permiten pensar en esta masa como un fondo, como vegetación, como una noche salvaje que se come todo. Es fondo, es atmósfera y también es un cuerpo que no acaba de materializarse, pero es tan corpóreo que tampoco puede obviarse su solidez. Con el monito me sucede algo similar, pero al revés. Voy a él a refugiarme de aquello que no puedo entender, de aquello que parece estar en constante cambio, comiéndose la escena, pero también, después de un rato de ver al monito, el dibujo de su rostro se me presenta, llevándome a otro plano en la pintura, recordándome el mismo proceso de pintar, expulsándome nuevamente de la escena. Pero creo que lo más importante ocurre cuando veo al monito y este se desvanece en el rosa, se pierde en el fondo y no queda claro si es o no un fantasma, si es o no un monito real que me está viendo y que yo quiero ver, ¿por qué siento que es más volátil que la masa sin forma? Así pues, constantemente me siento expulsada de la pintura, pero es esta sensación la que me hace seguir viéndola.
Si bien he tratado de describir aquello que sentí, pensé y percibí con la pintura, no a partir de interpretaciones ni de lo que algo puede o no significar, sino de contar las imágenes que se generaron en mi mente, creo que también he mencionado los puntos de singularización de la obra. Esto sucede porque la pintura de Mariana está llena de estos puntos. Para resumirlos, considero que los puntos de singularización están dados por los contrastes. Por ejemplo, si la pintura tuviera toda el mismo tratamiento del organismo verde en movimiento, el contraste entre lo áspero y lo suave ya no nos atraparía, sin embargo, nos atrapa porque el contraste está ahí. Y está también el contraste entre colores, entre la forma definida y no definida, entre luz y oscuridad, entre estática y movimiento. Todos estos contrastes, a mi parecer, son los que generan un extrañamiento en la imagen, que nos permite adentrarnos en ella, no tanto por una búsqueda de significados sino por querer entender la escena en su construcción y al mismo tiempo que este entendimiento no se nos dé, que predomine la ambigüedad en cada cosa que una ve.
Ahora, trataré de aproximarme a la obra a partir de lo planteado por Mukařovský. En primera instancia, la obra parece activar la función estética3, puesto que precisamente o al menos en mi caso, la forma, los colores, las texturas, se convierten en el punto importante de mi percepción al encontrarme con la obra. Sin embargo, las diferentes interpretaciones que surgen a partir de la obra (no tratadas en este ensayo), no pueden ni deben ser desechadas. Me parece que Mukařovský plantea que la función estética consiste en provocar una experiencia unificada que no se agota en el significado práctico o teórico de un objeto, y plantea que los signos estéticos de la obra“no están atados a ninguna realidad concreta”4, como si las funciones que él menciona pudieran separarse plenamente, accediendo a una especie de universalidad de la percepción de las formas con la que no estoy de acuerdo. Aunque la pintura de Mariana no busca representar de forma clara y concisa una idea, hay una intencionalidad y un juego de significantes que no son del todo eclipsados por los aspectos formales de la pintura, sino que son acompañados por estos. De hecho, queda en el tintero la percepción que puede darse al captar las referencias con las que Mariana construyó su pintura, en este caso una de las cronofotografías de Étienne Jules Marey. Sería, por ejemplo, mucho más claro el movimiento de pies que está presente en la pintura, que para quién no ubica la referencia, quizá resulte más difícil de percibir. De hecho, reconocer esta referencia en la pintura puede modificar de forma muy importante el proceso de percepción que describí al inicio de este texto, y resaltaría mucho más la incapacidad de abarcar la obra solo desde su función estética. Otro aspecto muy importante es que la obra nos acerca a su proceso de construcción, no solo a su constitución final, el cual es el aspecto en el que se enmarca la función estética de Mukarovsky. Así, pues, pensar en los procesos y procedimientos que plantea el trabajo de Mariana, la incorporación de referencias de dominio público, así como el juego de significantes, nutren y abren el proceso de percepción de la obra, además de sus cualidades formales.
Por otra parte, si se piensa desde la estética relacional de Nicolas Bourriaud, el análisis toma otro giro. Bourriaud plantea que el arte contemporáneo ya no se centra en la producción de objetos sino en la producción de relaciones. El arte, para este autor, es un lugar donde se generan encuentros y diálogos. Bajo esta idea, el valor de una obra no se mide únicamente por su configuración formal o estética, sino por las relaciones que activa. No es un secreto que no queda del todo claro el tipo de relaciones que se activan en una obra relacional, y, por lo tanto, tampoco queda claro cómo juzgar las relaciones que genera, ni en su dimensión política ni ética, más allá de la interacción inmediata o evidente, con la obra, lo cual es una problemática de la estética relacional que ha de ser cuestionada5, pero eso es un punto aparte. Por ahora está la pregunta de si la obra que nos muestra Mariana entra en este marco de la estética relacional. Podría pensarse, en primera instancia, que no, ya que no se trata de una instalación participativa, ni de una obra que implique una interacción directa. Es una pintura, un objeto colgado en una pared, que convoca a las personas, una por una.
Sin embargo, quizá la relación que propone la obra no es entre múltiples personas, sino entre quien percibe y su percepción misma, entre quien percibe y la pintura. Además, la mirada directa del mono hacia nosotros nos interpela. De alguna forma, nos mira, nos incluye, nos invita a responder. En ese sentido, hay un nivel relacional, una experiencia de intimidad compartida. Además, la obra puede generar sensaciones y asociaciones, en este caso asociaciones también con el trabajo de Étienne Jules Marey. Así, aunque si bien la pintura de Mariana no corresponde totalmente a la estética relacional, no por ello deja de operar como dispositivo de relación.
Personalmente, no estoy de acuerdo del todo con la postura ni de Mukarovski ni de Bourriaud, pero encuentro en ambas formas distintas que pueden ayudar a relacionarnos con una obra, sin que esta se agote. La obra de Mariana, a mi parecer, todavía tiene mucho que aportar por sí misma, más allá de lo discutido en este texto.
REFERENCIAS
Bishop, Claire. "Antagonismo y estética relacional". En la web de Esferapública. Acceso en mayo de 2025. https://esferapublica.org/antagonismo-y-estetica-relacional/.
Bourriaud, Nicolas. Estética relacional. Adriana Hidalgo Editora, 2008.
Mukařovský, Jan y Jordi Llovet. Escritos de estética y semiótica del arte. Gustavo Gili, 1977.
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