sábado, 31 de mayo de 2025

Lo performático de lo femenino en el amor


 Sobre la obra de Isabel Gómez Machado

Por Enid Escalante Aréchiga

 

 

Una instalación audiovisual compuesta por seis pantallas dispuestas en circulo, en cada una de ellas, una mujer mayor aparece ataviada con sus mejores ropas y joyas deslumbrantes. Frente a la cámara, estas mujeres ejecutan una suerte de baile de cortejo, una coreaografía sutil de intercambio de destellos luminosos generados con pequeños espejos. Al ritmo nostalgico de la canción “Vereda tropical” sus cuerpos brillan, pero no como promesa para una mirada ajena, sino como reflejo del resplandor de la otra, en un juego de reconocimiento mutuo, de complicidad y autovaloración.

Mi primer acercamiento a la obra de Isabel, fue desde una posición más conceptual que sensorial, ya que sólo estaban disponibles dos de las seis pantallas de la instalación, lo que me llevó a centrarme más en los elementos formales de la obra: el brillo, los gestos, los encuadres, el ritmo visual. Como mujer, me conmovió de inmediato el tratamiento que Isabel le dio al cuerpo de estas mujeres, no relegado a un segundo plano, sino colocado al centro y enfrente, como si se tratara de reinas de belleza.

Adornadas en joyas, la cámara hace close up a sus miradas, sonrisas y manos, mostrando sin pudor alguno las arrugas e imperfecciones de la piel, las cuales ellas portan con orgullo, como marcas de un historia vivida, felices de ser vistas y admiradas, tal vez por primera vez en mucho tiempo. Y es que la sociedad suele relegar a las mujeres mayores al margen, especialmente en el terreno del amor romantico, donde el deseo y la belleza se asocia sistematicamente con la juventud.

Fue en el segundo encuentro, ya con la obra completa, cuando mi cuerpo entró en diálogo con la instalación. Pude rodear el círculo formado por las pantallas, irme deteniendo en cada una de ellas y dejarme envolver por la música. Al caminar alrededor de la instalación, al ritmo de la canción, me sentí parte de esa coreografia, me volví tambien una danzante, incorporando mi presencia física en ese círculo simbólico. La obra dejo de ser un cúmulo de signos esteticos para convertirse en una vivencia afectiva y sensorial.

Tal vez fue por estas dos formas tan diferentes de vivir la obra y de posicionarme frente a ella, que me constó mucho trabajo ubicarla solo en una posición estética. Si bien la obra por como está concebida puede inscribirse en una estetica relacional planteada por Nicolás Bourriaud, ya que la obra al ser una instalación opera dentro de este paradigma al generar relaciones afectivas y perceptivas volviendose un “intersticio social”, el cual Bourriaud (2008) define como “un espacio para las relaciones humanas que sugiere posibilidades de intercambio distintas de las vigentes al sistema” (pág. 16) y esta instalación ciertamente activa ese tipo de espacio. Invita al espectador a relacionarse no sólo con los cuerpos, los gestos y las miradas de las mujeres de las pantallas, sino tambien a confrontar sus propios prejucios sobre la edad y el cuerpo femenino, abriendose a nuevas formas de vinculacion y reconocimiento.

Sin embargo, lo que enriquece aún más la experiencia de esta obra es que no se limita a lo relacional. Su potencia reside también en el tejido simbólico que la constituye: en los signos visuales, sonoros y afectivos que movilizan y dialogan con lo que Jan Mukarovsky (1977) llama “la función estética” (pág. 151). Desde esta perspectiva, la obra no solo construye vinculos entre personas, sino tambien sentidos profundos en el plano de lo cultural y lo ideologico.

Mukarovsky (1977) afirma “la cosa que se convierte en signo estético le descubre al hombre la relación entre el mismo y la realidad” (pág 148), de este modo la estética no se reduce al goce sensorial ni al intercambio social, sino que transforma la realidad en un signo que alude a nuestro universo, donde los espejos no son solo objetos que reflejan: son simbolos del deseo, de la mirada cómplice y de sororidad; la canción no es sólo musica de fondo, es el amor nostálgico, del tiempo que pasa y del recuerdo que persiste; las joyas que portan no son solo ornamentos son parte de ese reinado que la sociedad les niega y que Isabel les ha devuelto.

En una de las escenas más significativas, las mujeres que al inicio están con las manos juntas, en un gesto que remite a la espera y al recato, de pronto las sueltan, ese gesto mínimo pero cargado de significado constituye una liberación simbólica. Es ahí donde se vuelve evidente que en esta “coreografía afectiva” lo femenino se reconfigura pero no desde la falta sino desde la autovaloración.

Esta obra no solo ofrece una imagen alternativa de la vejez femenina, sino que nos invita a repensar nuestras propias nociones del amor, el cuerpo y el tiempo. Por lo cual no considero contradictorias las posturas de Bourriaud y Mukarovsky. Mas bien, ambas perspectivas dialogan y se enriquecen. Mientras que Bourriaud nos ayuda a pensar en el dispositivo relacional que habilita la obra: el encuentro, la escucha, el cuerpo en presencia; Mukarovsky permite comprender la carga simbólica que sostiene esos gestos y los sitúa en una red cultural e histórica de significaciones.

Esta instalación no es solamente bella es subversiva, no porque grite, sino porque susurra una verdad silenciada. El deseo no desaparece conn la edad, el cuerpo no deja de ser digno de afecto y el amor romantico puede también ser reescito desde el gesto, el brillo y la complicidad entre mujeres mayores. Enn ese sentido, es tanto una obra estética como política.

 

FUENTES BIBLIOGRÁFICAS


Bishop, Claire.”Antagonismo y estética relacional”. Esfera pública.
https://esferapublica.org/antagonismo-y-estetica-relacional/
Bourriad, Nicolas, (2008). Estetica relacional. Adriana Hidálgo Editora
Mukarovsky, Jan, y Jordi Llovet.(1977). Escritos de estética y semiótica del arte. Gustavo Gili,
pp. 145 -156 

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