jueves, 14 de junio de 2007

ANTONIO DE LA TORRE TUN NAAL "CHICKEN"


Partiendo de la premisa de que la pintura ya no es lo que era, en la actualidad prácticamente todo se “vale”, lo pictórico se ha metamorfoseado en un medio inestable, dinámico y escurridizo que las más de las veces olvida o niega la “buena” factura y la “cocina”, elementos esenciales de los maestros pintores de otras épocas.
Bajo esta perspectiva, la enseñanza de la pintura se convierte en un reto demencial que no siempre encuentra formas y procedimientos estables ya que por un lado existen lineamientos técnicos que en el mejor de los casos todo profesional de la disciplina debe, si no dominar, al menos conocer; y por otra parte está la vertiente que responde más a las dinámicas artísticas contemporáneas instaladas en la parte conceptual o procesual de la pintura.
Esta última opción es sin lugar a dudas, uno de los reductos más visitados en la actualidad, actividad paradójica de pintores que no hacen pintura, hablando en el más estricto sentido de la expresión, ya que lo pictórico como objeto se desdibuja para abrir campos de significación derivados de la imagen atribuyendo el papel protagónico a esa suerte de atmósfera reflexiva que desata el suceso visual.
Ahora bien, si consideramos esta vertiente del quehacer pictórico como una de las más difundidas por los diversos medios de distribución del arte contemporáneo, cabe preguntar cuál es la plataforma de la que parten los pintores si ya no importa el “buen” hacer, ¿qué es lo que debemos enseñar o aprender para hacer este tipo de propuestas?. Aquí me gustaría citar al Mtro. Melquíades Herrera quien argumentaba que en el posgrado de artes visuales de la UNAM todo se valía, pero eso si, propuesto con creatividad e inteligencia. En este orden de ideas, queda pensar que ante el interés de algunos estudiantes por incursionar en estos caminos de la pintura, la parte fundamental que hay que privilegiar es la exposición creativa e inteligente de las ideas a través de imágenes que parten de la pintura pero que la niegan como fin.
Si se plantea el asunto de esta manera, podemos pensar que los elementos de configuración artística son justamente las ideas utilizadas como unidades plásticas y no la imagen como tal. De esta suerte lo que se pudiera hacer por los medios de la pintura, el collage, el fotomontaje o cualquier otro medio generador de imágenes, no podría ser evaluado desde la presentación técnica o la denotación del medio, salvo si hubiera algún buen indicio que lo afirmara.
Desde esta reflexión cabe pensar que la enseñanza de esta vertiente del arte se ubica en la capacitación del estudiante para realizar una reflexión de la realidad por medios visuales, la tan anhelada posibilidad de proyectar ideas por medio de lo visual estaría en los objetivos del artista como alivio a la “tiranía” del lenguaje articulado.
Pero ¿qué pasa si el que construye imágenes se apoya en procesos intuitivos que desechan la especulación razonada del mensaje?. ¿Se podría pensar que la propuesta estaría inmersa en una suerte de surrealismo decadente? o ¿en la alternativa Dadá descontextualizada? O lo más patético; ¿se instalaría en la anécdota del burro que tocó la flauta? Las respuestas no son fáciles y gracias a ello los denominados “territorios ampliados” de la pintura cobran importancia al proponer un intrincado juego de relaciones en las que el artista en primera instancia, se ha de medir como ente pensante, conocedor de las fluctuaciones de valor de la cultura y como estratega constructor de nuevos medios para generar conocimiento de la realidad circundante.
Y bueno, todo este preámbulo ha sido necesario para intentar abordar el trabajo de Antonio, integrante del taller que desde el comienzo del curso se caracterizó por emplear a la pintura como pretexto para llegar a construir propuestas que en teoría apuestan a la reflexión más que a la contemplación estética. Y he dicho “en teoría” porque lo que hemos visto de su trabajo no ha acabado de aterrizar en argumentos convincentes, en todo caso lo que hemos escuchado son intenciones temáticas de autor que desde la relación espectador-obra no acaban de homologarse.
El trabajo que realizó durante el semestre tuvo contrastes muy marcados, en las primeras sesiones de evaluación pudimos ver ejercicios que se apoyaban en la imagen, con pocos indicios temáticos definidos y con un apego a la pintura, una pintura que no tenía el respaldo técnico suficiente como para valorarla desde lo pictórico y que a manera de justificación el autor argumentaba que era una “negación” de la pintura misma, situación que no acababa de convencer ni a él mismo.
En medio de este retruécano sus trabajos no tenían una línea conductora y se antojaban como ocurrencias desprovistas de una finalidad artística, en todo caso proyectaban un incipiente manejo de recursos plásticos que salían muy mal librados ante un escrutinio visual.
En una posterior sesión tengo que admitir que caí en una suerte de fastidio ya que lo que mostró fueron ejercicios elementales con anécdotas iconográficas sin relación alguna con la serie, quince días de trabajo se resumieron en la elaboración de elementales prácticas de representación propias de un estudiante en los primeros semestres de licenciatura.
Las evaluaciones que siguieron fueron tomando un cause distinto ya que los ejercicios mostrados comenzaron a tener una presencia iconográfica más reposada en donde a partir de la apropiación de la imagen intentó construir una serie de anécdotas relacionadas con la fragmentación de un imaginario tomado de marcas y objetos de consumo masivo y de manera particular con bebidas alcohólicas.

El problema fundamental al que nos enfrentamos como espectadores fue a la falta de sentido en el mensaje, toda vez que no había una referencia puntual de las fuentes de donde extraía sus imágenes, Antonio terminaba explicando de donde había tomado sus elementos visuales y narraba la situación en las que se habían gestado. De tal manera que su trabajo se tornaba en algo críptico de descifrar por lo que la apreciación naufragaba en un plano semántico para devolver al espectador a la consideración estética que no tenía una apoyatura definida en lo pictórico.
Quizás lo más destacable se ubicaba en la manera como era presentado el soporte de sus imágenes “cuidadosamente descuidado”.


Para las posteriores sesiones el asunto tomó otro cause ya que ahora proponía un juego sintáctico-semántico relacionado con la posibilidad de intervenir el soporte y utilizar su carga expresiva como parte del sentido de lo mostrado. Sus objeto-pinturas proponían la posibilidad de considerar relaciones visuales con alusiones simbólicas relacionadas con el descuido controlado de sus objetos, el papel que desempeñaba el hallazgo tomó un papel protagónico y la iconografía a pesar de que se apoyaba en los mismos recursos de apropiación de imagen, funcionaba más dentro de un espectro polisémico amplio, la lógica interna de sus trabajos se reposicionaba en otro campo temático, algo más próximo a la exploración de lo encontrado y a la exaltación de la serendipia. 3



Por último, cabe resaltar que dentro de los trabajos mostrados hubo varios que no acabaron por tener una presencia definida, no había una intención detectable, ni la mínima posibilidad de posicionarlos en un plano de funcionamiento específico, como pintura no tenían una presencia, como objeto no funcionaban, iconográficamente eran erráticos y en consecuencia la posible connotación pragmática era nula.



En conclusión, tenemos que precisar que el trabajo de Antonio se ha apoyado en una suerte de desinterés por los rigores de la disciplina, anteponiendo una suerte de postura de vida relacionada con contradicciones, ya que por un lado se burla, o mejor dicho, evade los procesos intelectualizados del arte y por otra pretende hacer objetos y acciones relacionados con su intelectualización, situación de la que sale librado por su propensión hacia la exploración del entorno, del cual extrae trozos de “realidad” para crear “curiosidades” visuales que están aún por definir su potencial o en el peor de los casos, su fracaso.
Al autor le corresponde definir caminos o adentrarse en el laberinto del sinsentido, reducto al que es fácil llegar en el mundo del arte contemporáneo.

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